Visitamos el “país dogon” en Mali (paralelo 15°N) en el 2008 para observar cómo la arquitectura vernácula “dogon”, (Patrimonio de la UNESCO) ha logrado la contra-forma de las vivencias. Buscábamos la coherencia entre sociedad y habitar con arquitectura y urbanismo en otra dimensión y en otra cultura.
Para practicar con libertad su culto animista, la etnia “dogon”, huyendo del Islam, se refugió en el siglo XI en el acantilado de Bandiagara al sur de Mali. Ahí, amparados por la geografía y la distancia aún hoy (2008) practican sus ritos ancestrales en armonía con su tradición social, administrativa y económica. El cultivo del mijo, el pastoreo de cabras, la caza, los tejidos de algodón, la construcción de modestas casas y graneros, la confección de canastos, esteras y máscaras, asistir al mercado semanal, son las actividades más importantes.
Los pueblos son pequeños clanes familiares regidos por el “pater familia”. La costumbre ha sido que tengan 2 esposas con las que se procrea sin limitación (promedio: 7.1 hijos por mujer). Las mujeres cuidan los hijos, que llevan en la espalda o colgados de sus pechos, buscan agua, pilan el mijo o cocinan, mientras los hombres construyen, cazan, hacen cestería o tejen en el telar. Cada año se reemplaza el estuco de barro de las paredes. Cuando se le agrega mantequilla de “karité”, el aceite de ésta prolonga su duración por varios años.
En cada casa se distingue un espacio libre central, irregular y abierto, rodeado por pequeñas habitaciones para dormitorios, cocina o corral. No hay ningún tipo de mueble. Ahí se apilan los utensilios de labranza y de cocina. Se cocina en el suelo, conviviendo con los animales domésticos. Los techos son planos y se usa la escalera africana tallada en un tronco. En los meses de mucho calor se duerme en el techo, dónde también se seca el mijo y las cebollas. Cada casa es un recinto cerrado y privado, como lo es cada pueblo o caserío, al que se entra solicitando autorización.
Destacan en cada casa unos pequeños volúmenes aislados, cilíndricos o cuadrados, de no mas de 1.5 metros por lado, levantados del suelo, para defenderlos de los animales, altos de unos 2.5 metros y coronados con un sombrero de paja de mijo como techo. Estos graneros están muy bien construidos con paredes delgadas de barro y ramas. Tienen una pequeña puerta tallada, con cerradura, llave y aldaba de maderas. Ahí se protege lo más preciado, el mijo que es la base de su alimentación. Los graneros femeninos guardan además el arroz adquirido en el mercado, las hojas y semillas de baobab para condimentar y algún tesoro, como una carta solicitando útiles para la escuela o ayuda para comprar una máquina desgranadora de mijo.
En el “país dogon” se vive sin electricidad, ni agua corriente, ni alcantarillado y el transporte es con carricoches tirados por burros. Todas las tareas son manuales. Unos pocos paneles solares permiten refrigerar el agua embotellada para los pocos que se aventuran por ahí y evitarles las enfermedades que transmite el agua del pozo.
La administración del “país dogon”, se sobrepone con la de Mali que es una república democrática (2008), y la ejerce el Consejo de Ancianos para lo civil y el “hogon”, para lo religioso. La tradición oral rige la elección de los miembros del Consejo, quienes gobiernan. Sus sesiones son a la sombra, bajo un cobertizo de techo pajizo sobre columnas de madera labrada, no más altas de 1.50 metros. Allí todos caben sentados, o recostados sobre el suelo pedregoso, porque ningún escogido es superior a otro. La “Togu Na” está siempre en un lugar destacado, al igual que la ”Ginna”, o casa del patriarca. El “hogon”, es atendido por jóvenes y ejerce su función espiritual desde una casa destacada.
Gente alegre, acogedora, curiosa y además hermosa. Vestidas con paños multicolores, las mujeres, y con “yelabah” de tonos sólidos y vibrantes, los hombres, sus figuras se destacan en contraste con el ocre de la tierra. Todos usan sombrero, las mujeres un paño anudado con gracia y los hombres un gorro multifuncional de algodón, que sirve para espantar las moscas y protegerse de la arena que trae el “harmattan”, el viento que baja del Sahara.
Constatamos que el Islam avanza y convive con los cultos animistas. También hay varias ONG que trabajan para incorporar a los “dogon” al Occidente y cambiarles sus hábitos, como introducir la cama para dormir. Como la cama no cabe en las habitaciones, y es un mueble para clima frío, nos aventuramos a sugerir la hamaca tropical, fresca y ventilada.
Se destaca la sensatez en el uso de los recursos y la lógica constructiva. La vida está regida por creencias esenciales para la convivencia social y religiosa, por una economía que alimenta a todos, por clanes familiares que gobiernan, por un particular significado para la vida y la muerte y por el ciclo del sol para las jornadas. Una vida sencilla, pero placentera, suficiente y sabia. Es un modo de vida tan válido como otros, cuyos valores permanecen en la tradición y con vigor transmiten al visitante un mensaje que lo desafía a la autocrítica.
Desde el siglo XI la vida sigue sin grandes cambios, a no ser por las camisetas de Eto´o que llevan algunos niños, por ser más baratas que su ropa de algodón y por la construcción de algunas mezquitas. Estos son profundos cambios, sin apuros, que surgen en detalles cuando se comparan imágenes de hoy con fotos de 1930.
Sorprende y es refrescante descubrir el humanismo del “mundo dogon”, aislado por voluntad y con gente tan feliz con su “milagro de la moderación”. ¿Hasta cuando podrán seguir sumando el progreso y los cambios, sin renunciar - restar - a su identidad y tradiciones?
Este viaje al “país dogon” fue motivado para satisfacer una deuda con nuestra curiosidad y por una inquietud por experimentar en la fuente, los conceptos de la arquitectura que expuso el grupo TEAM 10, especialmente Aldo van Eyck y que orientaron mis estudios universitarios. También participaron en esta decisión los recuerdos de la exposición itinerante Architecture Without Architetcs (Bernard Rudofsky, Museo de Arte Moderno, Nueva York, inaugurada 1964). Ir a la fuente significó un análisis, una comprobación y la calificación directa de lo estudiado y leído en los años universitarios.
Comprobamos que esa manera de hacer ciudad en pequeños pueblos y caseríos adaptados a las comunidades y al paisaje, sigue siendo una inspiración para la arquitectura contemporánea y una enseñanza para los arquitectos de este siglo XXI, porque en la vida de los dogon se conjuga coherencia, moderación y calidad de vida. Conceptos siempre presentes y que no deberían ausentarse de la práctica de la arquitectura.
El arquitecto holandés Aldo van Eyck (1918 - 1999) se cuestionó varios aspectos que lo inquietaban para su profesión y buscando respuestas visitó algunos asentamientos humanos aislados de las influencias de la civilización occidental. Varias veces viajó al norte del África y el Sahara y luego en 1960 exploró al “país dogon” y más tarde a la tribu de los indios Pueblo en Nuevo México. En 1959 Aldo van Eyck se preguntaba ¿Están los arquitectos, formados, para responder a la demanda, amplia y multifacética de la sociedad? ¿Pueden realmente reemplazar la desaparición de lo existente, o lo vernáculo y construir en su lugar una ciudad que sea verdaderamente una ciudad…? ¿Si una sociedad no tiene forma, cómo los arquitectos pueden construir su contra-forma?
Estas preguntas eran algunas de las inquietudes personales de van Eyck y del grupo de arquitectos europeos reunidos en el TEAM 10 en la década de los 50 - 60, y que aportaron nuevos elementos de la tradición vernácula construida y cultural para la comprensión más completa de la ciudad moderna y su planeamiento.
La Carta de Atenas – 1932 -- proponía una visión de la ciudad simplificada que se quedaba corta en su comprensión de un organismo social, lo que repercutía en la abstracción de las propuestas urbanísticas. Los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna –CIAM-- habían fortalecido esta visión convirtiéndola en un decálogo para el diseño urbano de la época. Es después de la Segunda Guerra Mundial que se comienza a notar una crítica a La Carta de Atenas.
El grupo de jóvenes arquitectos de diferentes países europeos y discípulos todos de los grandes maestros del Movimiento Moderno, agrupados en el TEAM 10, que compartía las interrogantes sintetizadas por van Eyck, se dedicó con éxito a cuestionar la pertinencia y vigencia de la Carta de Atenas.
Aldo van Eyck coincidió en Mali y congenió con los psicoanalistas suizos Doctores Paul Parin y Fritz Morgenthaler que estaban estudiando la cultura en el “país dogon”. Con una visión aumentada enriqueció en el sitio las respuestas a su inquietud de cómo la arquitectura vernácula en los asentamientos dogon, había logrado esa contra-forma construida que sintoniza con las vivencias de los habitantes. Buscaba la coherencia entre habitar y vivencias y arquitectura y urbanismo. Y como, sin un orden cartesiano manifiesto, se acomodaban en armonía las casas, los caseríos y los poblados.
En síntesis, buscaban entender cuales eran los elementos que le faltaban al enunciado de la Carta de Atenas para lograr espacios urbanos acordes con la cultura de los pueblos y reducir la abstracción de los espacios que estaba provocando una falta de identificación en los nuevos conjuntos urbanos europeos y especialmente en los emplazados en el África y que diseñaban los arquitectos modernos. El Team 10 buscaban enriquecer el análisis urbanístico aportando nuevas variables para evitar las representaciones esquemáticas, y tal vez mecánicas, a las que podía conducir la aplicación de La Carta de Atenas y sus 4 funciones entendidas como 4 entidades separadas e independientes (1- habitar, 2- cultivar el cuerpo y el espíritu, 3- trabajar y producir y 4- circular para relacionar y comunicarse).
En su esclarecido artículo “Un Milagro de la Moderación” Aldo van Eyck explora en los asentamientos del “país dogon” los elementos surgidos de las vivencias para conceptualizar y diseñar y que son la base para estructurar un urbanismo con espacios adaptados a los valores humanos y espaciales del lugar.
Su conclusión está en el mismo título del capítulo “Canasto, Casa, Pueblo, Universo” (revista Forum julio 1967, Holanda), en el que explica la estructura de espacios articulados por las vivencias diarias y por los simbolismos de la religión animista. Se trata de espacios articulados, más que separados y que dan la contra-forma, o sea la arquitectura de la vida. Lo sintetizó en su conocido “shape of the in-between”. Dio dimensión humana al abstracto concepto de espacio-tiempo, del cual tanto se habló en El Movimiento Moderno, y reemplazó espacio por lugar y tiempo por ocasión.
La arquitectura y el urbanismo que nacen de la estirpe de las vivencias, como contra -- formas sencillas y funcionales aportan, en el caso del “país dogon”, una enseñanza válida por la complejidad de los conceptos que los sustentan.
La tradición de la estirpe, que ha evolucionado muy lentamente en diez siglos, sigue teniendo la fortaleza que da la tradición, en su moderación y sabiduría, lo que constituye la razón de la coherencia entre el espacio construido y las vivencias. La contra – forma de la vida se materializa en la casa y el caserío, mediante significados ancestrales, aún vigentes y por ende practicados.
Esta visión de la ciudad es la que el TEAM 10 rescató para el urbanismo contemporáneo, post Carta de Atenas, en el que es necesario disponer de los espacios públicos que acojan la vida con toda su complejidad. Elaboraron una suerte de metodología de diseño para evitar la abstracción y acoger, en los nuevos espacios, la complejidad del acontecimiento urbano. Para Aldo van Eyck la estructuración de los espacios jerarquizados que ordenan los vacíos y los llenos para acoger las vivencias de las personas, encontraron en los caseríos del “país dogon” un ejemplo comprensible, vigente y vívido y por lo tanto transferible a conceptos claros, no solo para su comprensión y divulgación académica, sino para la planificación de ciudades y arquitectura contemporáneas centradas en los valores humanos identificables por los ciudadanos.
Más cerca de nosotros está la obra de Diébedo Francis Kéré de Burkina Faso y reciente ganador del premio Pritzker por su extraordinaria obra bien concebida, bien construida y con la elocuencia formal que aporta el sentido común. Ella sintetiza los valores existenciales tradicionales con formas contemporáneas. Es loable la actitud del jurado del premio al valorizar una obra joven con un tremendo potencial en su significado cultural y también arquitectónico.
Se revela, en la primera ojeada de sus edificios, que estos resaltan los valores culturales mediante espacios arquitectónicos fuertemente arraigados, tanto vivencial como climáticamente. Y esto sin descuidar el control del costo de construcción y el aporte estético de los materiales locales, sencillos y conocidos y que le dan un arraigo a los edificios. Esta visión de la construcción incorpora con facilidad a operarios de la comarca. Y, de paso, refuerzan la economía de la comunidad. Este abordaje del proyecto centrado en las singularidades locales lo diferencia y le otorga un sentido de identidad que ayuda a reforzar y dignificar la cultura.
Burkina Faso es un país vecino de Mali y que comparten ciertas características climáticas del territorio centroafricano. Así como Aldo van Eyck elaboró sus conceptos urbanísticos apegados a la vida real y no a una visión abstracta de la misma y modificó la conceptualización del urbanismo, en este primer cuarto del siglo XXI la obra arquitectónica de Diébédo Francis Kéré es una exaltación de los valores de lo local aportando una arquitectura des-globalizada de alto valor por su significado.
Visitar el “país dogon” y compartir con su población fue una impresionante lección de relatividad de valores y de prioridades para la vida. Esta observación se vuelve más importante en este siglo XXI tan globalizado.